21 —Está
bien —replicó el del Bosque—. Amanecerá Dios y
medraremos.
En
esto, ya comenzaban a gorjear en los árboles mil suertes de pintados
pajarillos, y en sus diversos y alegres cantos parecía que daban la
norabuena y saludaban a la fresca aurora, que ya por las puertas y
balcones del Oriente iba descubriendo la hermosura de su rostro,
sacudiendo de sus cabellos un número infinito de líquidas perlas,
en cuyo suave licor bañándose las yerbas, parecía asimesmo que
ellas brotaban y llovían blanco y menudo aljófar; los
sauces destilaban maná sabroso, reíanse las fuentes, murmuraban los
arroyos, alegrábanse las selvas y enriquecíanse los prados con su
venida. Mas apenas dio lugar la claridad del día para ver y
diferenciar las cosas, cuando la primera que se ofreció a los ojos
de Sancho Panza fue la nariz del escudero del Bosque, que era tan
grande, que casi le hacía sombra a todo el cuerpo. Cuéntase, en
efecto, que era de demasiada grandeza, corva en la mitad y toda llena
de verrugas, de color amoratado, como de berenjena...
Miguel de Cervantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario