34 Agradeció
el de la Blanca Luna con corteses y discretas razones al visorrey la
licencia que se les daba, y don Quijote hizo lo mesmo; el cual,
encomendándose al cielo de todo corazón y a su Dulcinea, como tenía
de costumbre al comenzar de las batallas que se le ofrecían, tornó
a tomar otro poco más del campo, porque vio que su contrario hacía
lo mesmo; y sin tocar trompeta ni otro instrumento bélico que les
diese señal de arremeter, volvieron entrambos a un mesmo punto las
riendas a sus caballos, y como era más ligero el de la Blanca Luna,
llegó a don Quijote a dos tercios andados de la carrera, y allí le
encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza (que la
levantó, al parecer, de propósito), que dio con Rocinante y con don
Quijote por el suelo una peligrosa caída. Fue luego sobre él y,
poniéndole la lanza sobre la visera, le dijo:
—Vencido
sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de
nuestro desafío.
Don
Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara
dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:
—Dulcinea
del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado
caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta
verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has
quitado la honra.
—Eso
no haré yo, por cierto —dijo el de la Blanca Luna—: viva, viva
en su entereza la fama de la hermosura de la señora Dulcinea del
Toboso, que solo me contento con que el gran don Quijote se retire a
su lugar un año, o hasta el tiempo que por mí le fuere mandado,
como concertamos antes de entrar en esta batalla.
EL INGENIOSO HIDALGO
DON QUIJOTE DE LA MANCHA (2ª Parte. Capítulo 64)
Miguel
de Cervantes
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