El premio Hans Christian Andersen, designado con frecuencia como el "Pequeño Premio Nobel" de la narrativa infantil, es un galardón internaciónal que concede, con frecuencia bianual, como reconocimiento a una «contribución duradera a la literatura infantil y juvenil». Se concede en dos categorías: autores e ilustradores/as.
El premio deriva su nombre del escritor danés Hans Christian Andersen y los ganadores reciben una medalla de oro y un diploma de manos de la reina de Dinamarca.
Además del galardón, se publica una «Lista de Honor» con una selección de novedades de los dos años anteriores, seleccionadas por las diferentes secciones nacionales de la institución, con el ánimo de reconocer la excelencia en la ilustración y la literatura para niños y jóvenes. Este año, en la categoría de escritores, ha recaído en la autora argentina Mª Teresa Andruetto
Entre los africanos, cuando un narrador llega al final de un cuento, pone su palma en el suelo y dice: aquí dejo mi historia para que otro la lleve. Cada final es un comienzo, una historia que nace otra vez, un nuevo libro. Así se abrazan quien habla y quien escucha, en un juego que siempre recomienza y que tiene como principio conductor, el deseo de encontrarnos alguna vez completos en las palabras que leemos o escribimos, encontrar eso que somos y que con palabras se construye. Para escribir una y otra vez lo que nos falta, la escritura nos conduce a través del lenguaje, como si el lenguaje fuera – lo es- un camino que nos llevara a nosotros mismos.
Como la vida misma, todo texto despliega un movimiento desde un punto de precario equilibrio hacia otro equilibrio también precario. Algo penetra en lo que está quieto y su irrupción provoca adhesiones, resistencias, tomas de posición, intentos de recuperar lo perdido o de adquirir algo nuevo, hasta que todo se aquieta otra vez.
Escritura entonces como movimiento, como camino para quien escribe y para quien lee. Camino, migración de un sitio a otro.
Hija de un partisano que llegó desde Italia a la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial y mujer de un hombre que debió asilarse en un país europeo durante la pasada dictadura, me fueron narrados con persistencia los cuentos y las cuentas del desarraigo, los costos de pasar de una cultura a otra, de un mundo a otro. Volverse adulto es también haber migrado. Y la migración misma, esa zona de pasajero en tránsito, ese tiempo que hemos dado en llamar adolescencia.
Cuando yo era chica
los corredores eran largos
las mesas altas
las camas enormes.
La cuchara no cabía
en mi boca
y el tazón de sopa
era siempre más hondo
que el hambre.
Cuando yo era chica
sólo gigantes vivían
allá en mi casa
menos mi hermano y yo
que éramos gente grande
venida de Lilliput . (leer más)
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